Tanto el inspector Pildorín como su ayudante Pásmez están convencidos de que el comisario los ha hecho llamar para darles una medalla al mérito por su estupendo trabajo. Pero resulta que no. El comisario está tan harto de sus desaguisados que ha decidido mandarles lo más lejos posible: a una lejana y tranquila ciudad. Y por cada desastre que ocasionen aumentará el tiempo de «destierro». La parodia humorística del género policíaco alcanza altas cotas con esta pareja tan bien avenida: el temible inspector de optimismo inquebrantable que todo lo interpreta al revés y el dócil ayudante experto en infusiones y mascotas. Toda una lección de cómo se puede cultivar la gracia y el ingenio apelando a la inteligencia y sin descuidar en ningún momento la calidad de la escritura. Uno se queda con ganas de más aventuras desternillantes de la estrafalaria pareja, y la buena noticia es que hay más.
Tanto el inspector Pildorín como su ayudante Pásmez están convencidos de que el comisario los ha hecho llamar para darles una medalla al mérito por su estupendo trabajo. Pero resulta que no. El comisario está tan harto de sus desaguisados que ha decidido mandarles lo más lejos posible: a una lejana y tranquila ciudad. Y por cada desastre que ocasionen aumentará el tiempo de «destierro». La parodia humorística del género policíaco alcanza altas cotas con esta pareja tan bien avenida: el temible inspector de... Seguir leyendo
El inspector Pildorín
–Rodolfo, ¿todavía no está el té? –con un gruñido de satisfacción, el inspector Pildorín puso los pies encima del escritorio y cogió la revista «El jefe de policía»–. Son las nueve en punto, ya va siendo hora de tomar una buena taza de té.
–¡Enseguida, jefe! –contestó su asistente Rodolfo Valentín Pasmez, haciendo equilibrios con una bandeja en la que traía dos tazas de té y un plato lleno de galletas de chocolate–. Prepárese, señor inspector, presiento que el té de hoy va a ser una delicia -anunció con orgullo.