El infierno de Marta. La máscara del amor
Una tarde de septiembre, de finales de septiembre, Isabel cogió aire en sus pulmones y empezó a hacer el avión corriendo entre los pinos de la dehesa, desplegando los brazos como si fueran alas y haciendo ruido con la boca, igual que si fuera un monoplano de la Primera Guerra Mundial, como tantas veces había hecho de pequeña cuando aterrizaba eufórica en manos de su padre, unas manos que recordaba siempre ásperas y con regusto a sal.