La lluvia de París
Hay un momento, le pasa a todo el mundo, en el que un niño empieza a dejar de ser un niño. No es un momento como para celebrarlo, porque en general la infancia tiene sus ventajas. Te llevan y te traen, te visten y te desvisten, procuran darte algún que otro capricho y todos se empeñan en creer que eres un ángel, aunque te guste arrancarles las alas a las hormigas voladoras y recoger cacas de perro del suelo para echarlas en los buzones. Un día, sin embargo, algo cambia en ti. Los mayores lo notan y de pronto dejan de tratarte como hasta entonces: se niegan a reírte las gracias y les da por mostrarte, de diversas formas, que el que la hace la paga. Toda una faena. Con lo divertido que era que ellos se encargaran de los platos rotos.