El río borra mi huella
El sheriff Webber saltó de su achacoso coche como si tuviese algo en la espalda. Se estiró, se subió los pantalones con el cinturón de cuero, palpó su pistolera como si por un instante dudase que el arma todavía estuviese en su interior. Entonces preguntó a uno de los mozos carniceros que le esperaban.
-¿Dónde está?
-Ahí, al fondo, al lado de la verja –dijo un tipo pelirrojo, rubicundo e inmenso.
Probablemente irlandés, estimó Webber.