Andrea Franco logra dar forma a una tentativa en absoluto frecuente en el mundo de la literatura infantil, a saber: la de pensar el íntimo movimiento que los niños experimentan a su alrededor entre la vida y la muerte. Para esto, Franco se sirve de un narrador en primera persona que además está representado de manera visual, y que por medio de esa doble presencia dialoga activamente con los cambios que su realidad le va presentando: desde las montañas que cambian de color al atardecer (y que están vivas, pues mutan) hasta un pequeño pájaro que ha dejado de moverse y es enterrado en el jardín. Indudablemente, un libro como éste permitirá que los niños ensanchen sus concepciones sobre el ritmo exterior de la cosas, y que junto a ese ensanchamiento logren enriquecer el marco a partir del cual se comprenden a ellos mismos.
Andrea Franco logra dar forma a una tentativa en absoluto frecuente en el mundo de la literatura infantil, a saber: la de pensar el íntimo movimiento que los niños experimentan a su alrededor entre la vida y la muerte. Para esto, Franco se sirve de un narrador en primera persona que además está representado de manera visual, y que por medio de esa doble presencia dialoga activamente con los cambios que su realidad le va presentando: desde las montañas que cambian de color al atardecer (y que están vivas, pues mutan) hasta un pequeño... Seguir leyendo
Vivo

Vivo estoy yo, con mis ojos, con mi voz, con los latidos de mi corazón