Lizzie, como tantos otros niños, tiene miedo a los perros. Tal vez ha tenido experiencias anteriores un tanto traumáticas. Un ladrido a destiempo, una carrera o un susto provocado por el error de sus dueños. Pero esta vez, al llegar al parque junto a su madre, las sensaciones de la niña son diferentes. Al otro lado de la correa hay un señor agradable y educado, el can no deja de sonreír y hay una evidente sintonía entre los protagonistas. A medida que pasa la tarde, Lizzy incluso será capaz de pasear al animal por sí sola. En este punto de la historia seguro que los lectores que se sientan identificados con la pequeña empezarán a dejar atrás sus mismos temores. Cálidas imágenes, con olor a primavera, abrigadas por la ternura necesaria para superar fobias y enfrentarse a nuevas experiencias vitales. Ideal para convencer a nenes reticentes, por desconocimiento, a las mascotas.
Lizzie, como tantos otros niños, tiene miedo a los perros. Tal vez ha tenido experiencias anteriores un tanto traumáticas. Un ladrido a destiempo, una carrera o un susto provocado por el error de sus dueños. Pero esta vez, al llegar al parque junto a su madre, las sensaciones de la niña son diferentes. Al otro lado de la correa hay un señor agradable y educado, el can no deja de sonreír y hay una evidente sintonía entre los protagonistas. A medida que pasa la tarde, Lizzy incluso será capaz de pasear al animal por sí sola.... Seguir leyendo
Una pequeña... gran cosa
Lizzie fue al parque.
Jugó, tra-la-lá.
Corrió, zum, zum, zum.
Se acercó a un perro.
Y se quedó totalmente quieta.
- No te preocupes -dijo tímidamente el señor del perro.
- ¿Ladra? -preguntó Lizzie, que sí estaba preocupada.