Mercé Rodoreda, autora de títulos fundamentales de la literatura española del siglo XX como La plaza del diamante o El espejo roto, publicó en la década de los años 30 una serie de relatos orientados a pequeños lectores en las páginas de La Publicitat, un periódico catalán muy popular en la primera mitad de la centuria. Ahora son recuperados por Siruela en una antología que descubre el ingenio de esta escritora también a la hora de componer historias para niños. Para los conocedores de su obra no es sorprendente, pues la huella de los recuerdos infantiles estuvo siempre presente a lo largo de su trayectoria. En total diecinueve propuestas, a medio camino entre la realidad y la ficción, trufadas de personajes míticos y fantásticos, frutas que cobran vida, personajes peculiares que protagonizan aventuras entrañables y barnizadas, todas ellas, de nobles sentimientos (como el amor a la naturaleza o la solidaridad); apuestas en las que se exhorta al lector a ser cómplice de cada historia, un nuevo modelo de cuento infantil –con respecto a lo que se publicaba para este público en aquellas fechas- que ha envejecido con notable salud y que ahora puede ser disfrutado, en una excelente edición coordinada por Sergio Fernández, que incluye un breve estudio sobre la vida y obra de la autora, por los lectores actuales.
Mercé Rodoreda, autora de títulos fundamentales de la literatura española del siglo XX como La plaza del diamante o El espejo roto, publicó en la década de los años 30 una serie de relatos orientados a pequeños lectores en las páginas de La Publicitat, un periódico catalán muy popular en la primera mitad de la centuria. Ahora son recuperados por Siruela en una antología que descubre el ingenio de esta escritora también a la hora de componer historias para niños. Para los... Seguir leyendo
Cuentos para niños
Había una vez, en un país muy bello, un bosque maravilloso habitado por hormigas.
La tierra, muy fértil, producía las más bellas plantas y las flores más exquisitas.
Los árboles eran tan altos que las nubes blancas
de la mañana y las rojizas del ocaso les acariciaban
las ramas sin enfadarse al ser rasgadas.
Todo sonreía: las lechugas nacían cantando, los frutos danzaban en las ramas pulidas y los petirrojos no
conocían la invernada, que era tan cálida como la más
dulce de las primaveras