El armiño duerme
Cuando en 1857 decidieron abrir las tumbas mediceas para comprobar el estado de los sepulcros de la capilla de los Príncipes, una especie de temor supersticioso se apoderó de los florentinos. El respeto que para algunos merecía la memoria de los antiguos señores de Toscana, responsables de la conversión de Florencia en capital del arte y de la cultura, también de un poderío que había muerto con ellos, obligaba a no tocar unos despojos que dormían en paz –no se sabía si de los justos- después de tantos siglos de grandeza y tragedia. Para otros, era precisamente el deseo de mantener enterrado aquel pasado de dominación y despotismo el que los llevaba a reiterar...