La guerra de las brujas 3. La maldición de Odi
Un hombre rubio, alto, de ojos azules y manos grandes la abrazó con tanta fuerza que a punto estuvo de ahogarla.
Anaíd no sabía si se ahogaba por falta de aire o por la emoción que la embargaba.
Hacía quince años que soñaba con ese abrazo.
El hombre era su padre. Se llamaba Gunnar y era la primera vez que lo veía.