No podéis hacerme daño
Sí, eran sus cosas. Los Bucardos le habían amenazado con tirar todos sus trastos por el patio y habían cumplido la amenaza. Al principio no atinaba a creérselo. El aire parecía licuado y confería un movimiento distorsionado al barullo de sus objetos en el suelo. Y si miraba de frente, las aulas, el surtidor, los soportales se desplazaban como si los reflejara un espejo ondulado.