Poderosa 2. Diario de una chica que tenía el mundo en su mano
El penúltimo deseo de mi abuela era que la incinerasen. Desde hacía tiempo, se pasaba todo el día en la cama, mirando al techo o escarbando la pared con las uñas. En los raros momentos de lucidez, se aferraba a mi mano con las fuerzas que le quedaban y me decía que no quería recorrer la eternidad bajo tierra: ¡cualquier cosa menos eso! Se negaba a quedarse encajada en un ataud sofocante y oscuro; de tan solo pensar en esa hipótesis, empezaba a estornudar. Era inútil recordarle que los muertos no sufren de alergia. No me soltaba la mano hasta que no le prometiera, le jurase, le diera mi palabra de honor de que su cuerpo sería incinerado.