OK, señor Foster
A aquella hora la marea estaba muy baja, como si el mar se hubiera alejado cansado de tanto batallar contra las arenas de la playa. Las olas habían llegado hasta la duna arrastrando con fuerza la maleza de los enebrales. Aunque ahora todo estaba tranquilo, los desechos, las mordidas en la arena formando taludes y la maraña de algas ya secas que iniciaban su hervor pestilente indicaban la furia del océano en los días anteriores.
Perico caminaba agitando un palo delante de sí, como si blandiese una espada, y hurgaba entre los desechos. De pronto, creyó ver un objeto inusual. Se detuvo y volvió sobre sus pasos.