La profesora y escritora Rosa Huertas vuelve a adentrarse en las relaciones adolescentes, un universo que conoce muy bien y en torno al que ha publicado diversos títulos de gran calidad, para construir una original trama que tiene como telón de fondo un coro al que acuden, por voluntad propia, diversos estudiantes. Sandra, la profesora responsable, es consciente de que la actividad no solo tiene como finalidad ensayar piezas clásicas y contemporáneas y ofrecer un espacio de ocio a los chicos y chicas, con el paso de las sesiones ha comprobado que puede considerarse un espejo fiel de las diversas inquietudes, temores e ilusiones propias de esa edad de tránsito, algo que puede ayudarles a vencer sus miedos y superar adversidades. Así, el grupo se transforma en cobijo y muestrario perfecto de diferentes sensibilidades. Ante el espejo desfilan personajes como Marina, convencida de poseer un gran talento; Eva, que se siente por fin en un lugar en el que nadie la juzga; Luis, un tanto desubicado por sus gustos, o Roberto, víctima de las inseguridades propias de este segmento etario. La música une a todos los integrantes y ampara ilusiones que parecían perdidas. Huertas trenza la historia con su florida narrativa, caracterizada por ofrecer al adolescente el mismo nivel que a un adulto, e incluye algunos guiños y homenajes a diferentes compositores clásicos y canciones popularizadas por conocidos grupos musicales contemporáneos.
La profesora y escritora Rosa Huertas vuelve a adentrarse en las relaciones adolescentes, un universo que conoce muy bien y en torno al que ha publicado diversos títulos de gran calidad, para construir una original trama que tiene como telón de fondo un coro al que acuden, por voluntad propia, diversos estudiantes. Sandra, la profesora responsable, es consciente de que la actividad no solo tiene como finalidad ensayar piezas clásicas y contemporáneas y ofrecer un espacio de ocio a los chicos y chicas, con el paso de las sesiones... Seguir leyendo
La música del corazón

En cuanto Marina entró en el aula de música se dio cuenta de que a ese coro no se iba a cantar, precisamente. En demasiadas ocasiones, nada es lo que parece.
Sandra, la profesora, se desgañitaba para que la escuchasen: unos cuantos alumnos, con cara de perdidos, parloteaban sin hacerle demasiado caso. Lo habitual, si se convoca a un grupo de chavales un viernes después de las clases.
—Llegas tarde, Marina —advirtió Sandra.
Ella se encogió de hombros y se sentó en la primera silla que vio. A su lado, Eva, la Bolita, como la llamaban en clase, ocupaba el doble de espacio que ella y miraba a la profe con arrobo, como si viese a Dios.
—¿Podemos empezar ya? —dijo Sandra—. Si no hay silencio, no hay coro.