La Profecía de las Hermanas. Libro I
Quizás no me haya percatado de la lluvia porque parece lo más apropiado. Cae a cántaros, un manto de hilos plateados, precipitándose contra el duro suelo, casi invernal. Aún sigo de pie, a un lado del ataúd, sin moverme. Estoy a la derecha de Alice. Siempre estoy a la derecha de Alice y a menudo me pregunto si ya sería así en el vientre de nuestra madre, antes de que nos echaran llorando al mundo una tras otra. Mi hermano Henry está sentado al lado de Edmond, nuestro cochero, y de tía Virginia, ya que sentarse es todo cuanto Henry es capaz de hacer con sus piernas inválidas. Ha costado algo de trabajo subir a Henry con su silla al cementerio de la colina para que pudiera presenciar el entierro de nuestro padre.