Adrià tiene 16 años, vive en Girona y relata en primera persona un viaje iniciático, el que emprende para buscar a su padre, que lo ha abandonado hace diez años para marcharse a Kenitra, una ciudad marroquí cercana a Rabat, a orillas del río Sebú. Tras la muerte de su abuela paterna, el «fantasma» de su padre vuelve a aparecer en la vida de Adrià, que con ayuda de su madre organiza un viaje en un buque de carga que surca el Mediterráneo bajo bandera liberiana, el Babel, en el que el joven viajará mientras trabaja como «becario», el típico grumete al que tienen de acá para allá. Pero el encuentro con su padre no será todo lo idílico que él hubiera deseado. Adrià tiene 16 años, vive en Girona y relata en primera persona un viaje iniciático, el que emprende para buscar a su padre, que lo ha abandonado hace diez años para marcharse a Kenitra, una ciudad marroquí cercana a Rabat, a orillas del río Sebú. Tras la muerte de su abuela paterna, el «fantasma» de su padre vuelve a aparecer en la vida de Adrià, que con ayuda de su madre organiza un viaje en un buque de carga que surca el Mediterráneo bajo bandera liberiana, el Babel, en el que el joven viajará mientras trabaja como «becario», el típico grumete al que tienen de acá para allá. Pero el... Seguir leyendo

Kenitra

Lo que más me impresionó fueron los pies. Solo veía los pies. Pequeños, como de niña, pero muy viejos. Mi abuela se había quitado los zapatos, algo que no le había visto hacer nunca, y había apoyado los pies encima de la mesa, junto a una taza de infusión a medio beber, y la visión de esos pies me hizo sentir un no sé qué, entre repelús y vergüenza. Tenía la cabeza ladeada y parecía dormida, pero algo no me cuadraba y, en vez de dejarla dormir, me acerqué y le toqué el brazo. «Abuela», le dije, pero la noté tan fría, tan helada, que di un grito y caí de culo sobre el sofá. Ese tacto no se parecía a nada que hubiera tocado, porque nunca había tocado a un muerto.