Sólo ocho semanas
El sol de junio reverberaba en el asfalto mientras volvían a casa, arrastrando los pies y con el ánimo por los suelos.
–¿Nos tomamos algo fresco? –suspiró más que preguntó Lucía, limpiándose por enésima vez el sudor que le corría por la frente.
–No sé si me queda pasta... –contestó cansinamente David, palpándose los bolsillos a sabiendas de que hacía mucho tiempo que en ellos no había ni una triste moneda.
–Yo tengo –cortó Pablo.
Dedicando un rápido pensamiento a la inmensa suerte de que Pablo siempre tuviera el bolsillo lleno, se derrumbaron en la primera terraza que les salió al paso. Las sombrillas descoloridas apenas podían tamizar el sol inclemente del mediodía.