Durante una visita al yacimiento de Atapuerca, en Burgos, Raúl queda atrapado en el tiempo miles de años atrás. Allí conoce a Rod, un niño de su edad, hijo del jefe de una tribu de cazadores-recolectores de la península Ibérica. En esta ocasión, Erz, el más anciano de la tribu, narra a los pequeños la leyenda de cómo uno de sus antepasados venció mediante su inteligencia a una tribu de gigantes que daban más valor a su fuerza física, una representación alegórica de lo que pudo ser la convivencia entre neandertales y cromañones. Durante una visita al yacimiento de Atapuerca, en Burgos, Raúl queda atrapado en el tiempo miles de años atrás. Allí conoce a Rod, un niño de su edad, hijo del jefe de una tribu de cazadores-recolectores de la península Ibérica. En esta ocasión, Erz, el más anciano de la tribu, narra a los pequeños la leyenda de cómo uno de sus antepasados venció mediante su inteligencia a una tribu de gigantes que daban más valor a su fuerza física, una representación alegórica de lo que pudo ser la convivencia entre neandertales y cromañones.

En tierra de gigantes

–¡Anda, mira! ¡La peña de San Pantaleón! ¿No había una ermita en lo alto? –preguntó Raúl sorprendido.
–Nosotros la llamamos La Peña del Gigante, porque según cuentan los ancianos fue lanzada ahí por el gigante Hunzzenn. ¡Mírame, soy el gran Rod y voy a lanzar esta montaña!
Los gigantes eran muy conocidos por su habilidad en las construcciones de piedra y su enorme fuerza para manejarlas. Uno de sus juegos favoritos consistía en levantar grandes monolitos y lanzarlos lo más lejos posible.