El anillo de Salomón
El sol se ponía tras los olivares. Una luz de tono rosa melocotón ruborizaba el cielo, como un joven tímido al que besan por primera vez. La suave y delicada brisa que se coló por las ventanas abiertas, cargada de las fragancias del atardecer, revolvió el pelo de la joven pensativa y solitaria que esperaba en medio de la estancia de suelos de mármol e hizo que su vestido se agitara con ligeras ondulaciones contra el contorno de sus gráciles y morenas extremidades.
La joven alzó una mano; unos finos dedos jugueteaban con el tirabuzón que se le descolgaba junto al cuello.
—¿A qué viene tanta timidez, mi señor? —susurró—. Acércate y déjate ver.