La novela original, escrita en 1912 por el francés Louis Pergaud, ha llegado a nuestros días con el mismo poder de seducción que tuvo entre los lectores que disfrutaron de ella a comienzos del XX, el secreto de esta historia atemporal apta para todas las edades es la evocación de un tiempo sagrado para muchos de los que se acercan a sus páginas por primera vez. Narra la rivalidad entre los niños de dos pueblos vecinos, Longeverne y Velrans, aventuras con "encanto rural" cargadas de ingenio, pero también de dureza, una guerra sin tregua en las que todo vale con tal de vencer al enemigo y conseguir un valioso botín, los botones del contrincante, algo muy preciado cuando no es mucho lo que se posee. Hay enemistades y provocaciones al mismo nivel que se ensalzan vitales conceptos como la amistad o el compañerismo de sus protagonistas, quienes permanecerán unidos en todas las situaciones para compartir lo poco que tienen. Existen tres versiones cinematográficas del genial texto original, una británica (John Roberts, 1994); y dos francesas (Christophe Barratier, 2011; y la que está considerada mejor adaptación, filmada por Yves Robert en 1962)
La novela original, escrita en 1912 por el francés Louis Pergaud, ha llegado a nuestros días con el mismo poder de seducción que tuvo entre los lectores que disfrutaron de ella a comienzos del XX, el secreto de esta historia atemporal apta para todas las edades es la evocación de un tiempo sagrado para muchos de los que se acercan a sus páginas por primera vez. Narra la rivalidad entre los niños de dos pueblos vecinos, Longeverne y Velrans, aventuras con "encanto rural" cargadas de ingenio, pero... Seguir leyendo
La guerra de los botones
—¡Espérame, Granclac! —grito Botijo, con los libros y cuadernos bajo el brazo.
—Pues espabílate, que no tengo tiempo pa cotilleos.
—¿Hay alguna novedad?
—A lo mejor.
—¿Qué es?
—¡Ven!
Y cuando Botijo alcanzó a los dos Clac, compañeros suyos de clase, los tres siguieron andando, uno junto a otro, hacia el ayuntamiento. Era una mañana de octubre. Un cielo tormentoso cuajado de gruesas nubes grises reducía el horizonte a las colinas cercanas y tendía sobre los campos un manto de melancolía.