De amor y de sombra
El primer día de sol evaporó la humedad acumulada en la tierra por los meses de invierno y calentó los frágiles huesos de los ancianos, que pudieron pasear por los senderos ortopédicos del jardín. Sólo el melancólico permaneció en su lecho, porque era inútil sacarlo al aire puro si sus ojos sólo veían sus propias pesadillas y sus oídos estaban sordos al tumulto de los pájaros. Josefina Bianchi, la actriz, vestida con el largo traje de seda que medio siglo antes usara para declamar a Chejov y llevando una sombrilla para proteger su cutis de porcelana trizada, avanzaba lentamente entre los macizos que pronto se cubrirían de flores y abejorros.