Anoche hablé con la luna
Caminó durante algunos minutos junto a la verja, la alta verja de hierro forjado, la esbelta verja que se eleva sobre el pequeño muro de ladrillo y piedra. Pasó por delante de dos puertas abiertas y, al llegar a la tercera, se detuvo. Respiró profundamente y sintió el aire contaminado. El ruido de la calle, atascada de coches en ambas direcciones, zumbaba en sus oídos. Contempló la ciudad enloquecida de la hora punta y luego, como vencida por una misteriosa fuerza, giró su cuerpo y penetró en el Gran Parque.