El bosque de los sueños I
Está para bien saber (que si fuera mentira, ya está urdida, y si fuera verdad, lo mismo da), que había un reino más allá de los mares cuyo rey se pasaba la vida suspirando, quejándose y maldiciendo. ¿Que qué le pasaba? Nadie lo sabía a ciencia cierta. Tener, tenía de todo. Inmensas riquezas se acumulaban en sus cuatro palacios: el nostálgico de otoño, el íntimo de invierno, el espléndido de primavera, y el más perezoso de estío, con sus estanques de peces amaestrados, sus templetes para música de ciegos y sus larguísimos atardeceres. Los tesoros se amontonaban en cofres olvidadizos. Los criados eran leales hasta la locura; los ministros, hasta la desesperación; los vasallos, hasta el aburrimiento.