Las relaciones padres-hijos constituyen un universo de descubrimientos, de desencuentros y de aproximaciones gozosas. Este pequeño álbum es una deliciosa representación literaria de los intercambios afectivos entre los niños y sus padres. A partir de una anécdota inocente —el empleo de apelativos cariñosos para llamar a los hijos—, la autora traza una linda historia que subraya la importancia del nombre propio como elemento primordial de la propia identidad, al tiempo que esboza un canto al amor materno-filial.Las relaciones padres-hijos constituyen un universo de descubrimientos, de desencuentros y de aproximaciones gozosas. Este pequeño álbum es una deliciosa representación literaria de los intercambios afectivos entre los niños y sus padres. A partir de una anécdota inocente —el empleo de apelativos cariñosos para llamar a los hijos—, la autora traza una linda historia que subraya la importancia del nombre propio como elemento primordial de la propia identidad, al tiempo que esboza un canto al amor materno-filial.
Mamá no sabe mi nombre
Mamá no sabe mi nombre. Cuando me levanto por la mañana, viene hacia mí. —Mi pollita —me dice. —Yo no soy una pollita. Soy Ana. Después desayunamos. Se vuelca el vaso y tiro el zumo de naranja. —¡No! —grito. —No te preocupes, calabacita —me dice mamá—. Eso le puede ocurrir a cualquiera. —Yo no soy una calabacita. Soy Ana.