El imaginario cinematográfico ha logrado que simplifiquemos uno de los relatos más complejos que ha producido la literatura juvenil -que no infantil- de la modernidad. La presente edición ofrece al lector adolescente la oportunidad de adentrarse -mediante la efectiva carga simbólica de la trama y los recursos que emplea Collodi- en el proceso de configuración de un individuo: su creación, debida a la voluntad generadora del padre, y su educación, manifiesta en las innumerables peripecias de toda laya que vivirá debido a sus continuos errores de juicio y a su endeblez ética. Que Geppetto sea un artesano y Pinocho una marioneta, no hace sino reforzar el carácter simbólico del planteamiento: nuestra capacidad creativa/generadora -viene a decirnos Collodi- debe estar al servicio de un ideal ético, que en el siglo XIX, época de la que data la novela, pasaba por un compendio de virtudes cristianas, entre las que el rechazo de la mentira refulge con fuerza. Clásico imperecedero.
El imaginario cinematográfico ha logrado que simplifiquemos uno de los relatos más complejos que ha producido la literatura juvenil -que no infantil- de la modernidad. La presente edición ofrece al lector adolescente la oportunidad de adentrarse -mediante la efectiva carga simbólica de la trama y los recursos que emplea Collodi- en el proceso de configuración de un individuo: su creación, debida a la voluntad generadora del padre, y su educación, manifiesta en las innumerables peripecias de toda laya que vivirá debido a sus... Seguir leyendo
Las aventuras de Pinocho
Capítulo 1. Cómo ocurrió que maese Cereza, el carpintero, encontró un pedazo de madera que lloraba y reía como un niño.
Érase una vez...
-¡Un rey! -dirán en seguida mis pequeños lectores.
No, muchachos, os habéis equivocado. Érase una vez un pedazo de madera.
No era una madera de lujo, sino un simple pedazo de leña de esos que en invierno se meten en las estufas y chimeneas para encender el fuego y caldear las habitaciones.
No sé cómo ocurrió, pero el caso es que, un buen día, ese trozo de madera llegó al taller de un viejo carpintero cuyo nombre era maese Antonio, aunque todos lo llamban maese Cereza, a causa de la punta de su nariz, que siempre estaba brillante y violada como una cereza madura.