En la Norteamérica rural previa al estallido de la Gran Depresión, una joven viuda se verá obligada a trabajar duramente para sacar adelante a su hijo, un chavalín despierto y afectuoso por quien ella, adornada con un feminismo de corte paternalista y que imaginaba para sí una vida “como Jo en el libro de Louise Alcott”, sacrificará sus anhelos de desarrollo y prosperidad personal y aceptará la suerte de penalidades que acompañarán esa renuncia, con la esperanza de que su pequeño sí pueda luchar por hacer realidad sus propios sueños. Muy popular en su tiempo gracias a unas novelas que recogían aspectos cuasi fundacionales del pensamiento norteamericano –como el sacrificio como vía de acceso al éxito o la admiración por el carácter emprendedor- aderezados por amenos relatos vitales donde se asistía al desarrollo de una personalidad y se conocía el destino de una vida (como en Cimarrón o Gigante, ambas llevadas –al igual que ¡Así de grande!- al cine), Edna Ferber (1887-1968) logró algo al alcance de pocas mujeres de su tiempo y condición (nació en el seno de una familia emigrante): educación universitaria, independencia económica y una exitosa y prolongada carrera profesional, que le haría merecedora del Premio Pulitzer antes de cumplir cuarenta años. Una autora a descubrir.
En la Norteamérica rural previa al estallido de la Gran Depresión, una joven viuda se verá obligada a trabajar duramente para sacar adelante a su hijo, un chavalín despierto y afectuoso por quien ella, adornada con un feminismo de corte paternalista y que imaginaba para sí una vida “como Jo en el libro de Louise Alcott”, sacrificará sus anhelos de desarrollo y prosperidad personal y aceptará la suerte de penalidades que acompañarán esa renuncia, con la esperanza de que su... Seguir leyendo
¡Así de grande!
Se quedó con el nombre hasta que casi cumplió los diez años. Tuvo, literalmente, que pelear para librarse de él. El So Big inicial (por una derivación cariñosa e infantil) se condensó en Sobig. Y el niño se quedó como Sobig DeJong, con toda su disarmonía consonántica, hasta que se convirtió en un escolar de diez años en aquel distrito increíblemente holandés al suroeste de Chicago, conocido primero como Nueva Holanda y luego como High Prairie. A los diez años, a fuerza de puños, dientes, botas con puntera de cobre y mal genio, se ganó el derecho a que lo llamaran por su verdadero nombre, Dirk DeJong. De vez en cuando, lógicamente, el apodo resurgía y había que reprimirlo en una breve e implacable refriega. Su madre, que estaba en el origen del nombre, era la peor infractora.