Las paredes, en la comunidad de vecinos de la calle Argumosa, parecen de frágil papel. A través de ellas transpiran historias oscuras, narradas con una ornamentación que evoca al realismo mágico. Complejidades emocionales revestidas de hipnóticas ilustraciones que componen un pequeño museo para degustar a cámara lenta mientras avanzamos entre sus páginas. A medio camino entre lo real y lo fantástico circulan las vidas, algunas miserables, todas inolvidables, de los habitantes del viejo caserón en un tiempo no tan lejano. Sentimientos a flor de piel, temores fundados, sugerentes ovillos narrativos que las bellas imágenes ayudan a desnudar. Como en las mejores películas, el final no es el final, sino un episodio más de un complejo ecosistema de seres solitarios, sumidos en el terror y los secretos inconfesables. Interesante para adolescentes del último tramo de edad con amplio bagaje lector.
Las paredes, en la comunidad de vecinos de la calle Argumosa, parecen de frágil papel. A través de ellas transpiran historias oscuras, narradas con una ornamentación que evoca al realismo mágico. Complejidades emocionales revestidas de hipnóticas ilustraciones que componen un pequeño museo para degustar a cámara lenta mientras avanzamos entre sus páginas. A medio camino entre lo real y lo fantástico circulan las vidas, algunas miserables, todas inolvidables, de los habitantes del viejo caserón en un tiempo no tan... Seguir leyendo
La vida de las paredes
![](/old-thumbs/978-84-264-0198-4_g.jpg)
Cuentan que en la calle Argumosa había una casa donde ahora hay un gran banco y una cafetería. Aquel edificio se levantaba por encima de tejados y chimeneas y estaba custodiado por cuatro gárgolas de piedra, una en cada esquina del tejado, con cuerpo de gato, rabo de demonio y cabeza de mono. Un olmo gigantesco lo protegía del sol en verano, y en invierno sus ramas huesudas proyectaban raras sombras chinescas sobre la fachada.