Leyendas de los Otori. El suelo del ruiseñor
A menudo mi madre me amenazaba con descuartizarme en ocho pedazos si derramaba el cubo lleno de agua o si fingía no oír su llamada para que volviera a casa al atardecer, cuando las cigarras cantaban con más intensidad. Yo oía cómo su voz, áspera y cortante, hacía eco a través del valle solitario: «¿Dónde estará ese bribón? ¡Le haré trizas en cuanto regrese!»