Cuando Pinto y Chinto recogieron las hojas de aquel extraño árbol del jardín botánico descubrieron la insólita historia del barón, antes contada por escritores como Gottfried August Bürger o Rudolf Erich Raspe, y por los directores de cine Georges Méliès, Josef von Báky e incluso Terry Gilliam, y se dieron cuenta de la importancia de dar a conocer sus andanzas a las nuevas generaciones. Gracias a ellos tenemos la oportunidad de volver a recrearnos con los textos de esta fantástica crónica de ¿mentiras? Los autores extractan la esencia fundamental de la obra original, un aperitivo para saborear la fantasía y fanfarronería legendarias del protagonista, un antihéroe cuentista y aventurero que comparte los detalles de una desmesurada crónica de viajes y vivencias imposibles. Un cúmulo de sucesos y ocurrencias sin orden ni concierto, aquí retratadas en ilustraciones a página completa de grandes dimensiones, que sorprenden y divierten a partes iguales. Las hazañas del barón beben del folclore, la mitología o la literatura de viajes para componer capítulos geniales como la batalla en la que se usaron bolas de nieve teledirigidas como munición para los rifles, el momento en el que el protagonista sustituyó su corazón por un reloj de bolsillo o las estrambóticas jornadas de caza en donde transformó a una rana en bella princesa. El mundo de hoy necesita de muchos barones como este para no perder la sonrisa…
Cuando Pinto y Chinto recogieron las hojas de aquel extraño árbol del jardín botánico descubrieron la insólita historia del barón, antes contada por escritores como Gottfried August Bürger o Rudolf Erich Raspe, y por los directores de cine Georges Méliès, Josef von Báky e incluso Terry Gilliam, y se dieron cuenta de la importancia de dar a conocer sus andanzas a las nuevas generaciones. Gracias a ellos tenemos la oportunidad de volver a recrearnos con los textos de esta fantástica crónica de... Seguir leyendo
Las estrambóticas aventuras del barón de Münchhausen
Entramos en guerra en pleno invierno, y hacía tanto frío que un disparo se congeló en mi fusil y no fue a salir hasta que llegó la primavera, cuando ya la contienda había terminado. La lucha era feroz, y llegó un momento en que se nos terminaron las balas de artillería pesada y entonces se me ocurrió hacer bolas de nieve, meterlas en los cañones y dispararlas.
En esto, una bala perdida pasó silbando sobre mí. La bala perdida sacó una brújula y un mapa para saber dónde se hallaba, y así fue como consiguió volver hasta el fusil del soldado enemigo del que salió.