La tragedia sobrevolaba la isla y poco a poco se confirma que ya es una realidad: Londres ha sucumbido a la peste. A pesar de que inicialmente parecían pocos los casos detectados, los tétricos anuncios que se publican cada jueves hablan ya de miles y miles de muertos. ¿Quién puede detener esta maldición? Christopher Rowe, el narrador de la historia, aprendiz de boticario, trata de sobrevivir y, al mismo tiempo, de alcanzar su sueño. Han llegado a sus oídos noticias sobre la existencia de un personaje que puede encontrar el remedio a la plaga y que, quién sabe, incluso podría convertirse en el maestro que anda buscando. El ambiente sórdido de las demacradas rúas londinenses, los matices que denotan el crecimiento del personaje principal respecto a la primera entrega y la sólida relación de amistad con Tom y Sally constituyen los principales cimientos sobre los que se construye esta nueva aventura, un interesante relato que contiene la fórmula magistral: terroríficos pasajes, grandes dosis de misterio y abundantes enigmas para resolver. La farmacia más famosa del siglo XVII abre sus puertas de nuevo tras el capítulo inaugural, aclamado por las asociaciones de bibliotecarios canadienses y estadounidenses, y seleccionado entre las mejores propuestas del año por publicaciones como Kirkus Reviews.
La tragedia sobrevolaba la isla y poco a poco se confirma que ya es una realidad: Londres ha sucumbido a la peste. A pesar de que inicialmente parecían pocos los casos detectados, los tétricos anuncios que se publican cada jueves hablan ya de miles y miles de muertos. ¿Quién puede detener esta maldición? Christopher Rowe, el narrador de la historia, aprendiz de boticario, trata de sobrevivir y, al mismo tiempo, de alcanzar su sueño. Han llegado a sus oídos noticias sobre la existencia de un personaje que puede encontrar el remedio a la... Seguir leyendo
La señal de la plaga
Diré esto: la piel de erizo arde con gran facilidad.
Descubrir ese hecho curioso no era el objetivo de mi último experimento. Como el maestro Benedict siempre decía, uno nunca sabe lo que podrá dar lugar a un gran adelanto. Sin embargo, la manera como se abrieron los ojos de Tom ante las llamas que se extendían por la cabeza del erizo disecado en el alféizar me hizo pensar que, más que adelanto, esto era un revés.