Las generaciones actuales pueden acercarse a la cruda realidad del colonialismo a través de esta docuficción, basada en hechos reales pero con aderezos literarios de Annelise Heurtier, autora francesa que ya nos cautivó con su versión de un clásico de Tolstoi, ¿Cuánta tierra necesita un hombre?; y, especialmente, con su anterior novela para adolescentes, publicada en esta misma editorial en 2017, Sweet Sixteen. Aunque parezca increíble a los ojos de un lector juvenil de hoy, en la década de los años treinta tuvo lugar (y no fue la única vez); una singular muestra etnológica. A pesar de los engaños con los que la Fédération Française des Anciens Coloniaux sedujo a un grupo de canacos (pueblo autóctono de Nueva Caledonia, colectividad de islas y archipiélagos en Oceanía que por aquel entonces estaba en la órbita francófona); para visitar París y mostrar al mundo sus tradiciones, la realidad demuestra que el único objetivo de la misión es exhibir a los protagonistas como antropófagos, para despertar el morbo y el interés de los ciudadanos y obtener grandes cifras de visitantes. La novela, trufada de facsímiles de rotativos, circulares oficiales de la época y recortes que ilustran aquella terrible experiencia, se cierra con un epílogo firmado por el historiador Antumi Toasijé, presidente del Consejo para la Eliminación de la Discriminación Racial o Étnica (CEDRE), en el que hace un interesante recorrido por la historia de los zoos humanos y del racismo en España.
Las generaciones actuales pueden acercarse a la cruda realidad del colonialismo a través de esta docuficción, basada en hechos reales pero con aderezos literarios de Annelise Heurtier, autora francesa que ya nos cautivó con su versión de un clásico de Tolstoi, ¿Cuánta tierra necesita un hombre?; y, especialmente, con su anterior novela para adolescentes, publicada en esta misma... Seguir leyendo
Salvajes y hombres
Antes de empezar
En 1931, la política colonialista de Francia está en pleno apogeo y encuentra poco cuestionamiento. Se otorgan a la colonización muchos beneficios políticos, económicos y humanistas, con la absoluta convicción de que permite a los territorios conquistados «salir de las tinieblas».
En aquella época, hacía unos ochenta años que Nueva Caledonia era una colonia de Francia.