Desde que, a instancias de su madre, Lobo aprendió a aullar a la Luna, solo quiere cantar. De hecho ya no precisa, siquiera, que el astro luzca en la noche para "deleitar" a todos los habitantes del bosque con sus genuinas interpretaciones. Estos sufren las performances de forma cada vez más intensa, hasta el punto de generar grandes descontentos y protestas (todos tienen poderosas razones para estar enfadados); que ponen de acuerdo a todas las especies. El hartazgo, in crescendo a lo largo del álbum, llega a tal punto que los vecinos comienzan a dar rienda suelta a sus más salvajes instintos ante la incomprensión del intérprete, que continúa absorto en sus recitales e, incluso, toma por halagos los variados lanzamientos de frutas y verduras recibidos. Vencida por las circunstancias, la comunidad comprende que hay que optar por soluciones más prácticas con las que garantizar la armonía. Si prestas atención aún puedes escuchar a nuestro amigo mientras lees estas líneas... Eugenia Ábalos perfila los personajes, todos animales humanizados; y escenarios naturales donde transcurre la historia (el bosque, la casa del cándido depredador...); con una técnica artesana y delicada fiel al adn gráfico que caracteriza toda su obra y con la que, sin duda, imprime una personalidad única a las creaciones, bien conocidas en el ámbito de la literatura infantil.
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Lobo solo quería cantar
Lobo quería cantar desde el día en que su madre
le enseñó a aullar a la luna.
Se subía a lo alto de las rocas y cantaba sin parar,
hubiera luna llena
o no.
Sus vecinos no estaban muy entusiasmados.
Tenían dolores de cabeza y pesadillas,
porque escuchar aullar a Lobo resultaba
algo inquietante y molesto para ellos.