Guárdate de los idus
En aquel aciago día de marzo, el sol llegó al ocaso a la hora acostumbrada. Sentado en la vieja silla de cuero, yo trataba de asimilar lo que estaba sucediendo, sin comprender todavía que la sangre vertida aquella mañana en el Senado nos iba a salpicar a todos nosotros.
-Han asesinado a César. Julio César ha muerto -había gritado el joven Membo, irrumpiendo en la estancia como un caballo desbocado.