En Betsabé nunca duerme Carmen Gómez Ojea construye, con delicadeza y clarividencia, un relato pletórico de intensidad dramática. En sus páginas, unos personajes apasionados, creíbles y conmovedores intercambian sus miedos, sus fantasías, sus sueños y sus contradicciones para conseguir que el viaje iniciático en el que están sumergidos les conduzca hacia una madurez feliz. La novela es, al mismo tiempo, un elegante y exquisito alegato a favor de la fuerza regeneradora de la palabra. En Betsabé nunca duerme Carmen Gómez Ojea construye, con delicadeza y clarividencia, un relato pletórico de intensidad dramática. En sus páginas, unos personajes apasionados, creíbles y conmovedores intercambian sus miedos, sus fantasías, sus sueños y sus contradicciones para conseguir que el viaje iniciático en el que están sumergidos les conduzca hacia una madurez feliz. La novela es, al mismo tiempo, un elegante y exquisito alegato a favor de la fuerza regeneradora de la palabra.

Betsabé nunca duerme

Guardo clara y sin brumas, como la escena luminosa de un cuadro o de una fotografía nítida, incólume al paso del tiempo, aquel instante en el cuarto de jugar de la casa vieja de mi niñez. Es una tarde de invierno, en vísperas de la Navidad. Me veo sentada leyendo sobre la estera verde que, a veces, era pradera, oasis, o fondo de mar donde yo era la reina de las sirenas.