El señor Ibrahim y las flores del Corán
A los trece años rompí mi cerdito y me fui de putas. Mi cerdito era una hucha de porcelana vidriada, color vómito, con una ranura que dejaba meter las monedas pero que no las dejaba salir. Mi padre la había escogido, esa hucha de sentido único, porque se correspondía con su visión de la vida: el dinero está para guardarlo, no para gastárselo. Había doscientos francos en las tripas del cerdito.