El caballero del jubón amarillo
A Diego Alastriste se lo llevaban los diablos. Había comedia nueva en el corral de la Cruz, y él estaba en la cuesta de la Vega, batiéndose con un fulano de quien desconocía hasta el nombre. Estrenaba Tirso, lo que era gran suceso en la Villa y la Corte. Toda la ciudad llenaba el teatro o hacía cola en la calle, lista para acuchillarse por motivos razonables como un asiento o un lugar de pie para asistir a la representación, y no por un quítame allá esas pajas tras un tropiezo fortuito en una esquina, que tal era el caso: ritual de costumbre en aquel Madrid donde resultaba tan ordinario desenvainar como santiguarse.