La piedra de la culebra
Hedía dentro de la cabaña. Ni siquiera el humo del lar, que se extendía sin hallar salida, conseguía ocultar la fuerte mezcla de olores nauseabundos: el del montón de estiércol que, desde el exterior, sepultaba la pequeña vivienda en una atmósfera agria y densa; el de la grasa que ardía en la lámpara; el que exhalaba la enferma desde su catre; el de la bruja...
El olor de la bruja era el que más impresionaba a Esteban. Los demás no los apreciaba, formaban parte de su vida cotidiana, él mismo olía así. Pero, cada vez que la bruja sacudía...