El cordón de oro
¡Madre, madre! Los gritos de su hija sobresaltaron a Beatriz Pereyra, que en aquel momento del atardecer todavía caluroso de julio escribía en un cuaderno, al que llamaba con burla su libro de horas. Era una resma cuyas manos de papel habían sido cosidas con lezna y hebra de seda torcida por Antón Milanera, el zapatero de la villa. Se trataba del septeno dietario que llenaba, con el mismo león en la portada que rampaba en los anteriores y que ella misma había dibujado con tinta escarlata.
-¡Madre, madre! Hemos vuelto ha toparnos con la velada. Hemos visto de nuevo a la ciega. Esta vez estaba llena de enojo. Me ha dicho cosas que me espantaron, cosas injuriosas.