Oppi, una obsesión
–¿Tengo que ir? Me da miedo.
Bajé la voz para decir que tenía miedo: los transportistas de la agencia de mudanzas estaban desarmando la casa y no quería que me oyeran. Pero no me oirían, porque no prestaban atención a nada, ni siquiera hablaban entre ellos, tres hombres que recogían muebles y bultos y los sacaban por las ventanas, con poleas, o llenaban de cajas el ascensor.
Había una invasión en la casa: sólo eran tres hombres silenciosos, pero en la casa nunca había habido tanto ruido, ni siquiera cuando vivía gente en los otros pisos, antes de que el edificio se fuera quedando absolutamente vacío.
–¿Tengo que ir? Me da miedo.