Tartarín de Tarascón
La fecha de mi primera visita a Tartarín de Tarascón ha quedado grabada en mi vida de forma inolvidable; aunque han transcurrido doce o quince años desde entonces, me acuerdo de ello mejor de lo que me aconteció ayer. El intrépido Tartarín vivía en aquel entonces a la entrada de la ciudad, en la tercera casa, a mano izquierda, del camino de Aviñón. Pequeña y bonita villa tarasconesa, con jardín delante, balcón detrás, paredes muy blancas, persianas verdes y, en el umbral de la puerta, una pandilla de pequeños saboyanos que jugaban al tres en raya o dormían al sol, con la cabeza recostada en sus cajas de limpiabotas.