Mark Twain muestra su brillante y ácido sentido del humor en estos dos relatos, que son caras de una misma moneda: un modelo educativo absurdo. Recurriendo a la exageración y la ironía construye dos caricaturas en los extremos –el niño bueno, el niño malo– que tienen como fondo la crítica a los insoportables libros ejemplares que tuvo que leer en su infancia, sin duda muy a su pesar. Mención especial merecen las estupendas ilustraciones, tan agudas como la pluma del autor y que aportan la sal de sus expresivas sugerencias.
Mark Twain muestra su brillante y ácido sentido del humor en estos dos relatos, que son caras de una misma moneda: un modelo educativo absurdo. Recurriendo a la exageración y la ironía construye dos caricaturas en los extremos –el niño bueno, el niño malo– que tienen como fondo la crítica a los insoportables libros ejemplares que tuvo que leer en su infancia, sin duda muy a su pesar. Mención especial merecen las estupendas ilustraciones, tan agudas como la pluma del autor y que aportan la sal de sus expresivas sugerencias.
Historia de un niñito bueno. Historia de un niñito malo
Había una vez un niñito bueno llamado Jacob Blivens. Siempre obedecía a sus papás sin importar cuán absurdas o irracionales fueran sus órdenes; siempre aprendía sus lecciones y nunca llegaba tarde a la escuela dominical. Nunca se iba de pinta, incluso si su sano juicio le indicaba que eso era lo mejor que podía hacer. Ninguno de los otros niños lograba entenderlo pues actuaba de lo más extraño. Jamás mentía, por mucho que le conviniera. Decía que mentir estaba mal, y eso le bastaba. Y era tan honesto que resultaba ridículo.