Leonardo y la máquina de la muerte
Uno, dos, tres murmuraba Leonardo, contando cada golpe de martillo. El tercer golpe acabó de remachar el clavo en la madera, con lo que consiguió fijar otro extremo del lienzo al marco.
Sólo quedaban dos clavos más.
Uno golpe, dos golpe, tres golpe.
En total, había veinte clavos, y al menos se necesitaban tres golpes para clavar del todo cada uno. Si no golpeaba justo en el centro del clavo, podía doblarse por la mitad.