Tatanka. El Espíritu Andante
Como siempre, estaban sentados esperándola. Si se mostraban impacientes no era con ella, sino porque ardían en deseos de escuchar las historias que les contaba. La aguardaban personas de todas las edades: hijos con sus madres y madres con sus madres; niños y guerreros ancianos. Nadie sabía quién había sido el primero en enterarse ni como había sabido que vendría esa contadora de historias, Okiyaka Ooyake.
Entró en la Gran Tienda y se acercó despacio al recostadero de sauce que había junto a la lumbre. Nadie sabía exactamente su edad; decían que llevaba más de setenta años contando historias y que tenía casi treinta cuando heredó el oficio de su abuela.