Cierto día, Martín, el abuelo de Juan, se presenta en casa de Macaria y Jerónima, las tías del pequeño, para invitar a su nieto a un viaje iniciático muy importante, debido a la señal proferida por un cuervo blanco que se presentó junto a la ventana. Entre asustado y expectante, Juan parte con su abuelo a un viaje cuya brújula es siempre seguir la dirección del mar, y en el que el niño aprenderá a recoger frutos silvestres, a pescar en ríos de aguas diáfanas, a comunicarse con los árboles y los animales del bosque. Cierto día, Martín, el abuelo de Juan, se presenta en casa de Macaria y Jerónima, las tías del pequeño, para invitar a su nieto a un viaje iniciático muy importante, debido a la señal proferida por un cuervo blanco que se presentó junto a la ventana. Entre asustado y expectante, Juan parte con su abuelo a un viaje cuya brújula es siempre seguir la dirección del mar, y en el que el niño aprenderá a recoger frutos silvestres, a pescar en ríos de aguas diáfanas, a comunicarse con los árboles y los animales del bosque.

Una pluma de cuervo blanco

Sería de madrugada cuando llamaron a la puerta. Desde la cama, Juan escuchó primero los pasos de la tía Jerónima bajando las escaleras; más tarde adivinó unos susurros en el zaguán. En el dormitorio de al lado y fiel a su sordera, la tía Macaria gritaba:
–¿Quién es, quién es...?
–¡Es el abuelo! –respondió Jerónima.
–Y ¿qué quiere...?
–Dice que viene a morirse.
–Dile que no son horas y que va a despertar al niño...