Étienne el Traidor
De repente llegaron las nevadas y, después, los hielos. Los últimos días de 1793 y los primeros del nuevo año fueron tan fríos que los soldados del teniente general Antonio Ricardos no lograban hundir los clavos de las tiendas de campaña. El suelo estaba completamente congelado, duro como una coraza, y los martillazos sólo conseguían doblar los clavos sin que llegaran a penetrar lo suficiente para tensar los vientos de los mástiles. Por esta razón y también porque consideraba que las Navidades no eran fechas para derramar sangre, el viejo general mandó detener su avance por el territorio francés.