El chico del río
Aquello no empezó con el chico del río. Empezó, como empiezan tantas cosas, con el abuelo, y con la natación. Fue después cuando Jess pensó en todo esto y comprendió que, por extraño que pareciese, el chico del río siempre había formado parte de ella, como materia de su sueño.
Y el sueño era su vida.
Las nueve y media de la mañana y la piscina ya se encontraba atestada. Estaban en el peor momento de las vacaciones de verano, en esos días de mucho calor, como aquél, pero Jess sabía que no debía quejarse: llevaba allí desde las seis y media, como los otros nadadores que se lo tomaban en serio, y había conseguido hacer tranquilamente seis kilómetros.