Así es la vida, Lili
Desde que llegamos ayer, los encontré extraños. Como si estuvieran ausentes, como quien no quiere la cosa, con las miradas perdidas por los rincones, se dirigían a mí, pero después hablaban entre ellos.
Costó un buen rato quitarnos de encima el recalentamiento del coche; mamá insistía en abrir las ventanas, mientras papá aseguraba que era mucho mejor poner el aire acondicionado. Durante cien kilómetros, por lo menos, no hablaron más que de la temperatura y de ventanillas abiertas o cerradas, que ya habían sido abiertas, cerradas y vueltas a abrir, aunque después de tanto dudar, nadie sabía qué era mejor. Terminaron por pedir mi opinión.