El visitante del laberinto
El viento interpretaba melodías que parecían surgidas de unas flautas de caña, y el viejo y desgarbado Gorgonán se mecía en su cómoda hamaca de mimbre mientras jugueteaba con su cachimba de pompas de jabón y lanzaba al aire mágicos aros de espuma azul. Estaba sentado a las puertas de su confortable cabaña, frente a las frías aguas del lago, en cuya superficie espejeaban las nieves perpetuas de las montañas que se erguían a sus orillas como gigantes adormilados y perezosos.