La cueva de Pim Pam
Le encantaban los sitios nuevos, saberse perdida por un momento y convertir un espacio pequeño en un universo. Sin duda, aquella no era su habitación. Salió al corredor, su madre la había dicho: «Es grande y coqueta, con un ropero blanco de pomos dorados». Entró en la contigua, que compartía pared con pared con la que supuso sería para papá y mamá. Un ventanal amplio dominaba la estancia junto a un ropero blanco de pomos dorados.
–¡Qué bonito!
Su mirada recorrió veloz el perímetro y se centró en la ventana. Podía ver la ciudad ahí abajo, dominada por el mar y el puerto. Recordó haber oído decir a su abuelo: «Hay canarios que miran el mar y se asustan...»