La fábrica de betún (El joven Dickens)

Digamos, para empezar, que Charles Dickens estaba muerto. De eso no cabía duda.
Yo lo había visto pocas horas después de que sufriera un ataque de apoplejía, en su casa de Gad’s Hill, cerca ce Rochester, en Kent. Estaba acostado en un sofá verde muy estrecho y respiraba profundamente, pero ya había perdido el conocimiento, y sus hijas, que acababan de llegar en tren desde Londres, como yo, hablaban en voz muy baja y andaban de puntillas. Pasamos toda la noche velándolo, pero no mejoró.
Lo había visto también en el ataúd de roble donde lo habíamos colocado la tarde siguiente, y me había despedido de él con un beso en la frente, porque era mi mejor amigo.