Los pingüinos de Mr. Popper
Era una tarde de finales de septiembre. En la amable y pequeña ciudad de Stillwater, Mr. Popper, el pintor, volvía a casa después de su trabajo.
Llevaba sus cubos, sus escaleras y sus tablones, de modo que tenía ciertas dificultades para caminar. Iba todo salpicado de pintura y de yeso, y le colgaban trozos de papel pintado del pelo y de los bigotes, pues era un hombre más bien descuidado.
Los niños que estaban jugando alzaban la mirada para sonreírle al pasar, y las amas de casa decían al verlo: '!Huy!'...